El juego de las escondidas


Te recuerdo
tocando los timbres del barrio,
echarte a correr y devolverte emputada
porque te mentaban la madre.

Una noche, jugando a las escondidas
escogimos la misma casa abandonada,
la misma habitación, el mismo rincón
de ruinosas paredes.

Mi corazón era un sapo de patios de invierno
que amenazaba con romperme las costillas.
Nadie vino a decirnos
que el juego se había acabado,
entonces en lo oscuro fuimos un par de animalitos
sacándose las plumas con sangre.

Hace tres mundos de aquello.
Ayer en la calle nos vimos de reojo,
apresuramos el paso y pronto nos dimos la espalda
como dos invitados a una fiesta de disfraces
que se rehuyen.

Se conocen demasiado para jugar a las máscaras entre ellos.


John Jairo Junieles.